martes, 18 de enero de 2011

Más inteligencia

ANA MORENO SORIANO

Hay una palabra en griego que sirve para definir a las personas privadas o particulares, simples ciudadanos que están a lo suyo, considerados también rudos e ignorantes: esa palabra es idiotés, cuya traducción se parece bastante al término griego y, según Fernando Savater, se utilizaba para referirse a quienes no se metían en política, incapaces de ofrecer nada a los demás. Sabido es que las palabras pueden perder su carga semántica o adquirir otra a lo largo del tiempo; de hecho, el término idiota en el diccionario de la Lengua Española, define a la persona que padece idiotez y esta palabra, también según el diccionario, se refiere a un trastorno mental caracterizado por una deficiencia profunda de las facultades mentales; pero también recoge el diccionario las acepciones de tonto, poco inteligente, que nos devuelven a su origen etimológico, lo que nos hace pensar que bucear en la historia de las palabras puede ser tan apasionante como ilustrativo y que en la etimología podemos vislumbrar no pocas veces respuesta a muchos interrogantes.
Ya sé que, al margen de estas digresiones, si una persona recibe el apelativo de idiota, se siente descalificada e insultada, por lo que ya adelanto que algo así es totalmente contrario a mis intenciones, pero sí quiero insistir en la idea de Fernando Savater cuando plantea que ese término se refería, en la antigua Grecia, a las personas que no querían meterse en política, porque ahí sí que desgraciadamente, la palabra se ha desemantizado. En los tiempos que corren, tanto en conversaciones como en mensajes que circulan por la red, se manifiesta una distancia creciente de la política, como si sólo fuera la ocupación de quienes se dedican a esta actividad que, por otra parte, suponen una carga para la ciudadanía y no merecen ni la consideración ni el respeto de quienes se consideran lo suficientemente inteligentes para denostar lo que llaman “la clase política”, en la que a veces incluyen a sindicalistas e incluso a trabajadores del sector público. Lo más que pueden entender es que existen algunas personas que, efectivamente, manifiestan su compromiso político con unas ideas pero, como están lejos de los ámbitos del poder o no van a llegar nunca a gobernar, esas personas no cuentan, sólo son idealistas que intentan embarcarnos en utopías imposibles.
Y mientras que estos argumentos calan en la conciencia de la gente, encaramos un año nuevo con los precios más altos y los salarios más bajos, con más paro y menos prestaciones sociales, con la amenaza de otro recorte en las pensiones y la privatización apresurada del sector público. Y sabemos que todo esto son decisiones políticas, que se explican de forma tan penosa como la subida de la electricidad por parte del ministro Sebastián, o sirven de debate entre los partidos mayoritarios que discuten quién abraza mejor y más deprisa las tesis neoliberales para que el estado sea cada vez menos estado y la libre circulación de mercancías, incluidas las personas, favorezcan la acumulación de capital para que el sistema capitalista salga fortalecido de la crisis, que él mismo ha provocado. Y quienes diseñan toda esa estrategia no son, de ninguna manera, idiotas, ni en la acepción etimológica, ni en la acepción vulgar: son personas que, efectivamente, utilizan su inteligencia y se meten en política, en la vida pública, en la vida de la ciudadanía, con objetivos claros y evaluables, porque se cuentan en dinero; mientras tanto, una gran mayoría cree ingenuamente que mantenerse al margen de la vida pública, y dejar que otros decidan por ellos, es una sabia decisión.
Por todo esto, quiero desear para el año que acaba de empezar que seamos verdaderamente inteligentes para participar en la vida pública, para buscar respuestas a los problemas que nos afectan, para desentrañar las múltiples complicidades de un sistema que nos explota y encima pretende hacernos creer que es el mejor posible, para sacudirnos el individualismo y articular proyectos colectivos de largo alcance, para seguir cultivando la esperanza y la utopía. Porque no somos idiotas.

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